Algunas costumbres, fiestas, ritos religiosos y demás eventos que se prodigan por las tierras de España, están enraizados en el neolítico. Más o menos actualizadas, cristianadas en mayor a menor medida y adaptadas al mundo del marketing turístico y la globalización, esas fiestas perduran.
Son tan antiguas, tan arraigadas en la herencia colectiva que nadie se plantea que el espectáculo, rito o fiesta esté atentando contra, por ejemplo, el plácido existir de algún animalito.
Probablemente si se intercambiaran los animales en las distintas fiestas los vecinos percibirían que es una salvajada, pero los que tiran la cabra desde el campanario siempre han visto caer la cabra, es parte de la existencia de ese animal , le es consustancial y no se ve ápice de crueldad en el asunto, además pueden pensar que siempre es peor lo del ganso engrasado que hay que arrancar de la cuerda que le abraza el cuello.
Con el toro aun se llega más lejos, si no muere en la plaza con valor y gallardía casi militar el animal estaría abocado a una infame muerte en un matadero y eso si que es cruel para ese animal. Esto no es una línea de pensamiento o una excusa, es una creencia, un dogma de fe taurino. Tan fácil le resulta pensar al taurófilo así, como a casi cada uno de los mortales que tenemos un perro en casa que damos por sentado que el amor, aprecio, lealtad, y respeto que nos tiene es natural, ancestral. Pensamos sin remordimiento alguno que esa esclavitud de dependencia a la que siempre les hemos sometido es lo mejor que les puede pasar y se debe a que corresponde a nuestro amor.
En Galicia en verano se bajan los caballos del monte donde viven en libertad todo el año. Se les marca y se procede a un ritual de corte de las crines y la cola. Hombres (y mujeres) sin más herramienta que sus manos y brazos exhiben su habilidad y fuerza. Solo dos por bestia, deben someter al animal, derribarlo, inmovilizarlo para que el rasurado se efectúe con limpieza.
Dentro del recinto cerrado que lleva el nombre de "curro", el “aloitador” (gladiador no, aloitador) debe saltar sobre la grupa del caballo, después de un breve trote descabalga atenazando sus brazos alrededor de la cabeza del animal mientras un compañero desde tierra efectúa la misma operación de placaje sobre el otro lado de la cara del garañón.
Animales y hombres desarrollan un espectáculo de una belleza plástica innegable, las bestias no sufren más que la humillación de verse vencidas por un ser mucho menos pesado que les somete a su dominio.Pero la humillación, la dependencia anímica o la conciencia de la muerte son solo sentimientos humanos. ¿O no?